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La alegría de ser parte de una historia, de un sueño y de un camino de santidad, trazado por Dios, por medio de un hombre que sonó una educación en piedad y letras para todos los niños. Es por eso que por estos días, nos adentraremos a conocer un poco más de aquel hombre, José de Calasanz, por medio de sus cartas. 

Carta 3ª Descubrimiento de mi vocación educadora


Querido Luis: llega el momento de explicarte cómo descubrí mi vocación educadora. Te diré antes que nada que Dios zarandeó mi vida como quiso. En sus manos estamos y Él sabe cuanto nos conviene. Pero da la sensación, mirando mi existencia, que yo quería una cosa y Dios otra. Pensé vivir en España, y mucho más de la mitad de mi vida la pasé en Roma. Pensé morir en mi tierra, y entré en la Vida en la ciudad eterna. Pensé ser sacerdote diocesano, y acabé profesando de religioso. Quise tener unas ciertas posesiones, y terminé en “pobreza suma”. Anhelé una canonjía, y acabé dedicando mi vida a un “ejercicio vil y despreciable” como se entendía entonces el enseñar a los pobres. Creí que mi vocación era la de ser párroco en los pueblos del reino de Aragón, y acabé siendo maestro en las aulas de San Pantaleón. Esperé dedicarme a toda clase de personas, sobre todo adultas, y mis preferencias acabaron siendo los niños. Busqué ser canónigo, y 15 cartas de Calasanz a un colaborador laico 37 fundé una Orden religiosa. ¿Ves? Dios fue frustrando mis planes y cumpliendo los suyos. Así obra a veces el Señor. Como te contaba en la carta anterior fui a Roma con la intención de conseguir una canonjía. Estaba, además, aquel impulso interno del que te hablé. Pero lo cierto es que ya no volví de la ciudad eterna; que me quedé en ella, que no fui canónigo y que me convertí en maestro. ¿Qué es lo que me ocurrió? ¿Qué sucedió en mi vida para que se diese semejante cambio? Es también la historia de una conversión. Todo tiene su razón de ser. Y por eso, Luis, tienes que tener en cuenta algunos presupuestos que se daban en mi vida y que explican el devenir de mi existencia. Ante todo tengo que reconocer que Dios me había dado la capacidad de entenderme con la juventud. Y eso se había manifestado durante los años de mis estudios. Estaba dotado para entenderme con los jóvenes. Recuerdo un hecho que manifiesta cómo me estimaban, y lo digo sin ningún orgullo, en la universidad de Lérida. Y es que allí fui nombrado “Prior del Reino” por los estudiantes del reino de Aragón. Quiere decir que me granjeé la simpatía y admiración de mis compañeros y que vieron en mí a alguien que podía ayudarles. Te lo repito, no lo digo con vanidad. Hay que reconocer los dones del Señor. Es simplemente un hecho que después me ha arrojado luz para comprender 15 cartas de Calasanz a un colaborador laico 38 cómo Dios iba haciendo su obra y encaminando su voluntad.
Por contarte alguna anécdota puedo decirte cómo estudiando en la dicha universidad de Lérida tenía un condiscípulo, de mi misma edad, llamado Mateo García que fue después sacerdote. En aquellos tiempos de sus estudios era bastante díscolo, por lo que con cierta frecuencia se encontraba luego en grandes peligros. En más de una ocasión recurrió a mí y con mi consejo y ayuda logré sacarlo de sus dificultades. Por eso tengo que reconocer que en mí había una especie de substrato natural que podía inclinarme a lo que después fue mi destino. Y es que la vocación educadora arraiga en la contextura del ser, pues las repugnancias vitales son difíciles que se resuelvan por medio de impulsos voluntarios. Vocación humana y temperamento natural no pueden divorciarse demasiado, so pena de crisis muy agudas. Por eso la vocación educadora no me iba a venir como algo yuxtapuesto o añadido. Otro elemento que he juzgado también siempre de gran importancia es que mentalmente conocía ya el valor de la educación. Lo había descubierto durante los años de mis estudios; estaba convencido de que constituía una gran riqueza aunque nunca se me había ocurrido dedicar la vida a ese servicio. Recuerdo que al poco de llegar a Roma, era noviembre de 15 cartas de Calasanz a un colaborador laico 39 1592 y yo había puesto mis pies en la ciudad eterna en el mes de febrero, escribí una carta al párroco de Peralta. Al principio me carteé varias veces con él. En la carta a la que me refiero le comentaba: “Me ha parecido muy acertado que hayan llevado maestro de latinidad a ese lugar, porque va a facilitar a los padres que hagan aprender las letras a sus hijos, que es una de las mejores herencias que les pueden dejar” (EP 4). Puedes colegir, Luis, que tanto temperamental como mentalmente estaba preparado para la educación. Existía el substrato. Tenía facilidad y, al mismo tiempo, conocía la importancia de la misma. Dos elementos importantes e incluso necesarios, porque quien no tiene facilidad para la educación puede producir estragos en lugar de conseguir maravillas, y quien desconoce su valor llegará a ser mercenario, uno que mercantiliza su oferta, pero no alguien que mira el bien de la persona. Todo esto se daba en mí, pero no había saltado la chispa que pusiera en movimiento la realidad vocacional. No había sonado aún la hora de Dios. Tan es así que cuando dejé España para venirme a Roma, pensaba volver muy pronto a mi patria. Estaba convencido que conseguiría con relativa facilidad lo que andaba buscando y de hecho llegaba a Roma con muy buenas recomendaciones y allí aún encontré mejores. 15 cartas de Calasanz a un colaborador laico 40 Me parecía tener la presa cazada. En mi pensamiento y en mi querer la ciudad eterna era un simple lugar de paso. No terminaba allí mi camino; no pensaba dejar en ella mis huesos. En todo caso allí empezaba la solución de mi vida. Tan seguro estaba de esto que así se lo había comunicado a mi familia. En la carta antes citada les advertía: “A mis sobrinas de la casa Pere Ferrer les dará encomiendas de mi parte, y a mi hermana y a sus hijas, y les dirá que deseo mucho volver pronto a España para poderles ayudar en lo que necesiten, y que tengo una gran confianza de que pronto me proveerán” (EP 4). Mi voluntad era clara, pensaba quedarme en Roma el tiempo preciso para lograr mi objetivo, que esperaba fuera pronto. Esta era la situación de mi espíritu en aquellos primeros meses de mi estancia en Roma. La verdad es que no se cumplió cuanto decía en la carta arriba mencionada. La pregunta es: ¿qué me ocurrió para que cambiaran tanto mis planes y no se cumpliera lo que aparece tan seguro en mi carta y que se ve que deseaba con tanto ardor? Ahí es donde empezó a entrar Dios poco a poco en mi existencia, rompiendo mis planes, suscitando los suyos, haciendo que mi vida se orientara más y más hacia su querer. Te lo explico. Estaba alojado en el palacio del cardenal Colonna; era preceptor de sus sobrinos, y al 15 cartas de Calasanz a un colaborador laico 41 mismo tiempo me preocupaba de cuanto se refería a la canonjía. Así iban pasando mis días. Al poco tiempo empecé a darme cuenta de que no se cumplían mis previsiones y que lo que yo creía que iba a conseguir enseguida se iba dilatando. Pensé que podía dedicar el tiempo que me sobraba a trabajar por los enfermos y visitarlos. De esto se ocupaban algunas cofradías. Había una Archicofradía, surgida durante el pontificado de Paulo III, en la iglesia del Gesù. Posteriormente fue trasladada a la iglesia de los franciscanos conventuales que se encontraba pared con pared con el lugar donde yo habitaba, el palacio Colonna. Había tomado el nombre de Archicofradía de los Doce Apóstoles por el nombre de la iglesia. Estaba bajo el título de un cardenal protector. Anualmente se elegía presidente y doce Diputados o Visitadores, quienes, con dos coadjutores cada uno, si lo creían necesario, visitaban a los pobres y enfermos dos veces por semana en los barrios que les habían sido asignados; al mismo tiempo les ayudaban con las limosnas y con palabras de caridad y comprensión.



Hoy hacemos parte de este sueño, hoy junto a San José de Calasanz hacemos historia. 

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